miércoles, 2 de julio de 2008

adios

La oración nos pone en contacto con Dios y nos orienta como una aguja imantada hacia la estrella polar del Espíritu. Nos da un foco de atención, unidad, propósito. Descubrimos la serenidad, la sólida firmeza de la orientación de vida. La oración nos introduce al santuario subterráneo del alma donde escuchamos el Kol Yahwe, la voz del Señor. Pone fuego en nuestras palabras y compasión en nuestros espíritus. Llena nuestros andar y hablar con vida y nueva luz. Comenzamos a vivir las demandas de nuestro día, perpetuamente inclinados en alabanza y adoración.

Las personas pueden percibir esta vida del Espíritu aunque puedan no saber qué es lo que sienten. Afecta los tonos afectivos de nuestra predicación. Las personas pueden discernir que nuestra predicación no es una actuación de treinta minutos sino la perspectiva de una vida. Sin esta oración, nuestra exégesis podrá ser impecable, nuestra retórica magnética, pero estaremos secos, vacíos, huecos.

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